Por Alfonso Otoya - Director Fundación Barco
Casi un año después me sigo preguntando, ¿Quién defiende los intereses de los menores en esta pandemia? Los niños de nuestro país siguen confinados y el daño que le estamos haciendo a esta generación todavía no se vislumbra. Si no hacemos un cambio, con seguridad será enorme.
Ya se convirtió en muletilla la triste publicidad radial de Fecode que dice:
“…No a la alternancia, sí a la virtualidad…”, desconociendo la realidad de los territorios y la situación de estrés que están viviendo las familias y los niños. Los daños no son únicamente psicológicos, emocionales y académicos, también se perciben menores avances en los desarrollos motores en los niños que ya durante un año han permanecido encerrados.
Durante los primeros meses de la pandemia se impuso la tesis que los niños serían los portadores de la enfermedad y los mayores transmisores del virus. Esta tesis ya se probó errada. La evidencia no se limita a nuestro vecino Ecuador, muchas naciones como Estados Unidos, Alemania y Bélgica han implementado estrategias para la apertura de sus instituciones educativas sin que esto implicara un mayor nivel de contagio o un incremento en la velocidad de transmisión del virus. En Colombia, el pico que estamos viviendo es justamente en las vacaciones de los colegios.
En contra de la evidencia, nuestro país continúa con las instituciones educativas públicas cerradas y solo permite clases virtuales. A su vez, las instituciones privadas tienen restricciones de aforo que limita de manera significativa la asistencia de los niños al colegio, cuando realmente lo necesitan.
Con mucha improvisación y de manera urgente, se modificaron currículos y materiales pedagógicos presenciales para ser usados de forma virtual, que todavía se utilizan. Se desconoció que la virtualidad educativa es mucho más profunda que meramente entregar contenido vía correo electrónico o realizar una cátedra por Zoom.
Los daños no solo radican en la calidad del aprendizaje que están teniendo los niños, también están los efectos psicoemocionales, el desarrollo de habilidades blandas e igualmente el desarrollo locomotor esencial para el futuro de esta generación. En cada una de las edades desde los menores de 4 años hasta los adolescentes puede uno determinar efectos devastadores a causa de la no asistencia presencial al colegio. En unos casos estas afectaciones son más evidentes que en otros, pero en todas, sus consecuencias solo podrán ser evaluadas demasiado tarde para corregir.
No menos importante es el incremento de las brechas que genera la virtualidad en las familias más vulnerables. Son estos grupos, los que no tienen acceso a buenos equipos tecnológicos o buena conectividad. Las consecuencias serán mayores en estos niños que ya hoy se encuentran en una situación de desventaja frente a sus pares. También hay evidencia que, por género, las niñas están sufriendo una mayor carga y presión pues en muchas familias son ellas las que están desempeñando más actividades de ayuda en el hogar, quedando menos tiempo para poder realizar sus actividades escolares.
Por todas estas marcadas realidades, hago un llamado para que los menores retornen a los colegios. Son ellos los más juiciosos y comprometidos con las medidas de bioseguridad y no podemos permitir que el Gobierno y Fecode continúen afectando a esta generación sin una justificación y por un temor infundado. Hay que volver al colegio ya.